domingo, 27 de febrero de 2011

Mal de escuela. Daniel Pennac

Mal de escuela. Daniel Pennac.
Resumen:
Este libro aborda la cuestión de la escuela y la educación desde un punto de vista insólito, el de los malos alumnos. Daniel Pennac, prestigioso escritor francés y un pésimo estudiante en su época, estudia esta figura del folklore popular otorgándole la nobleza que se merece y restituyéndole la carga de angustia y dolor que inevitablemente lo acompaña. Pennac mezcla así recuerdos autobiográficos y sus reflexiones acerca de la pedagogía y las disfunciones de la institución escolar, sobre el dolor de ser un mal estudiante y la sed de aprendizaje, sobre el sentimiento de exclusión y el amor a la enseñanza. Con humor y ternura, análisis críticos y fórmulas efectivas, ofrece una brillante y sabrosa lección de inteligencia. Mal de escuela es la historia de una metamorfosis. De cómo un mal alumno llega a ser profesor y más adelante un escritor reconocido.
Comentario y reflexión:
El autor de este libro, Daniel Pennac, en su infancia y adolescencia era un mal alumno, sus boletines comunicaban a sus padres que siempre era de los últimos de la clase. El menor de cuatro hermanos era un caso especial, ya que el resto de hermanos habían transcurrido en una vida académica excelente. Al final, y nunca esperado por nadie acabó obteniendo una licenciatura y un doctorado en letras y ejerciendo la profesión de profesor en diferentes institutos franceses.
El autor se pregunta a sí mismo sobre ¿de dónde procedía mi zoquetería? Sus antecedentes no solo le prohibían ser un zoquete, sino que, postrer representante de un linaje cada vez más diplomado, estaba socialmente programado para convertirse en el “florón” de la familia.
Comenta que el MIEDO fue el gran tema de su escolaridad: su cerrojo. Y la urgencia del profesor en que se convirtió fue curar el miedo de sus peores alumnos para hacer saltar ese cerrojo, para que el saber tuviera una posibilidad de pasar.
El autor comenta que cuando era pequeño, sus compañeros de juego no le bastaban. Sentía a los profesores, a los adultos, mucho más fuertes que él y de una fuerza tan legal, que a veces sentía una necesidad de venganza cercana a la obsesión.
Recuerda muchos días en la escuela, siendo humillado por profesores que no poseían ninguna gana de motivarle ni ayudarle, ni acercarse a él lo más mínimo… lo único que hacían la mayoría de sus profesores era menospreciarle: “¿El certificado de estudios Pennachionni? ¡No lo obtendrá NUNCA!¿Me oye usted?¡NUNCA!
Me parece muy interesante lo que comenta acerca de los malos alumnos, comparándolos con una cebolla. Estos malos alumnos, están recubiertos por unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Llegan con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila.
¿Cuántos compañeros con los cuales hemos convivido todos en las aulas eran machados por los profesores, sabiendo todos los problemas por los cuales acarreaba?
Como explica el autor, a veces, sólo basta con una mirada, una palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver esos pesares, aliviar esos espíritus, instalarlos en un presente… Nunca olvidando, que el beneficio será provisional, la cebolla se recompondrá a la salida y sin duda al día siguiente habrá que empezar de nuevo.  Enseñar como dice el autor es eso: volver a empezar hasta nuestra necesaria desaparición como profesor.
El autor cuenta que tras realizar algunos actos de mala conducta que afectaron seriamente a sus padres decidieron estos el enviarlo a un internado de montaña, ya que pensaban que esa sería la solución, allí recuperaría fuerzas y aprendería las reglas de la vida en comunidad.
El autor posee un buen recuerdo del internado pero también afirma que hoy en día es difícil el explicar a los padres las ventajas de estar allí, pues se contempla como algo penal.  El autor realiza un elogio del internado “…la realidad escolar por un lado, la realidad familiar por el otro. Dormirse sin tener que tranquilizar a los padres con la mentira del día, despertar sin tener que inventarse excusas por el trabajo no hecho, puesto que ya lo hizo en el estudio vesperino, en el mejor de los casos ayudando por un supervisor o un profesor. Descanso mental, en suma; una energía recuperada que tienen posibilidades de ser invertida en el trabajo escolar. Al menos supone la primera oportunidad de vivir el presente como tal. Ahora bien, el individuo se construye en la conciencia de su presente, no huyendo de él.
Los mejores internados son aquellos en los que los profesores están internos. Disponibles a cualquier hora, en caso de S.O.S”
Pennac, reflexiona sobre lo duro que es para los alumnos adolescentes de instituto el tener que aportar 55 minutos de concentración en cinco o seis clases sucesivas. Par él, su trabajo consiste en hacer que sus alumnos sientan que existen gramaticalmente durante esos 55 minutos.
Este profesor siempre intentaba realizar las clases de una manera creativa y original, donde su primer objetivo era captar la atención del alumnado: pasaba lista de manera original, realizaba dictados los cuales motivan al alumnado, hacía que se entrevistaran los unos a los otros y reflexionaran su manera de expresarse… y esto lo tomó como ejemplo de algunos de los profesores “genios” que tuvo a lo largo de su vida escolar.

Recuerda en la novela, algunas clases en las cuales, como profesor no estaba ”presente” y recurría a la clase magistral. Salía de clase agotado y furioso. Lo relaciona afirmando que la primera cualidad de un profesor es el sueño. “El buen profesor es el que se acuesta temprano”.
Muchos de los profesores le preguntaban a éste cómo hacía para dominar a los alumnos en clase y el contestaba que nunca se debía hablar más fuerte que ellos, ese era el truco.
Este comentario me recuerda mucho a mi madre, ya que ella maestra desde los 19 años, siempre me da el mismo consejo que el autor.
Relacionaba también las clases con la dirección de una orquesta musical, ya que cada alumno toca un instrumento y no vale la pena en ir contra eso, lo delicado es conocer bien a todos los músicos y encontrar la armonía. Y afirma que el problema muchas veces es que los profesores quieren hacerles creer en un mundo donde solo cuentan los primeros violines.
Cuenta, como siempre tiene un cariño especial por aquellos alumnos que poseen dificultades para aprender, y con los cuales cuando trabajaba lo hacía de una manera muy motivadora, confiando en todos aquellos e intentando día tras día inventar la mejor estrategia de dar la clase para que éstos aprendieran algo, adaptando en todo momento sus clases a su nivel.
El autor del libro hace varias veces referencias a sus “salvadores” (un profesor de matemáticas, una profesora de historia y otro de filosofía), considerándolos como genios:
Siempre recuerda a un profesor que tuvo llamado señor Bal, el cual, trabajando con un alumnado “difícil”, con mal comportamiento… hacía algo casi imposible de creer por el resto de su profesorado, ya que cuando entraban todos ellos a sus clases, quedaban magnificados recibiendo conocimientos matemáticos. Este profesor como otros que “rescataron” al autor como estudiante, no se interesaban por él más que por los demás, sino que tomaban en consideración tanto a los buenos alumnos como a los malos y sabían reanimar en los malos el deseo de comprender. Tenían un punto en común: JAMÁS SOLTABAN LA PRESA y eran artistas en la transmisión de un materia.
“Los profesores que me salvaron-y que hicieron de mí un profesores- no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más… y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida”
El autor da un mensaje hacia aquellas personas que dedicaran el resto de sus vidas a la docencia o están comenzando en ella, haciendo referencia a su formación como enseñantes, ya que no podemos esperar un discurso sobre el dominio de la comunicación con nuestros futuros alumnos el cual que nos permita resolver todos los problemas que se plantean en una clase, ya que será la propia experiencia y nuestras propias reflexiones y críticas hacia nuestro trabajo, lo que nos irá informando sobre nuestra acción.
Admiro la manera de finalizar el libro realizando una metáfora sobre el trabajo de los profesores que intentan “sacar del coma escolar a una sarta de golondrinas estrelladas. No lo consiguen siempre, a veces se fracasa al trazar un camino, algunos nos despiertan, se quedan en la alfombra o se rompen la cabeza contra el siguiente crista; estos permanecen en nuestra conciencia como esos agujeros de remordimiento, donde descansan las golondrinas muerta al fondo de nuestro jardín, pero lo probamos siempre, al menos lo habremos probado.
Una golondrina aurdida es una golondrina que hay que reanimar y punto final.”


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